The following statement was issued by Bishop Jaime Soto for the observance of National Migration Week, Sept. 18-24, 2023.
It would be difficult to relate the story of salvation without mentioning migration. Adam and Eve left the Garden of Eden after their original sin. Abraham was called by God to leave the land of his ancestors and travel to the land God had promised him. Jacob and all his family migrated to Egypt because of famine. Moses led the multitudinous people of Israel from Egypt back to the Land promised to Abraham, Isaac, and Jacob. The Chosen People were led away in exile because of their sins. God brought them back to Jerusalem because of his mercy. The prophet Elijah fled to a mountain escaping those who sought to kill him. Joseph and Mary journeyed from Nazareth to Bethlehem because of a Roman decree. With their newborn child they slipped away to Egypt during the night to escape the jealous wrath of Herod. Though many towns and villages begged Jesus to remain with them, the Lord would spend his ministry as an itinerant preacher going from place to place until his crucified body was laid in a tomb not his own.
During every season of Easter, we listen to the Acts of the Apostles, beginning immediately with Easter Sunday and continuing until the Feast of Pentecost. Pay careful attention to the unfolding narrative of the early Church. The story told by the author of Acts, St. Luke, is a story of migration. The martyrdom of St. James and Stephen scattered the early followers of Jesus throughout the Roman Empire and beyond. The journeys of St. Paul followed the Jewish diaspora already scattered around the Mediterranean Sea.
These are not insignificant details. They tell us something important about God who is always urging us to take up the cross and follow Jesus in the Exodus from sin to grace. This story tells us a lot about ourselves, not only in a spiritual sense but historically as well. Our identity as a pilgrim people was learned through the lived experience of migration. God still chooses to reveal his salvation through migration.
The late Pope Benedict in his beautiful encyclical, Deus Caritas Est (God is Love), spoke of a restless God leading his beloved spouse – the Church -- from ecstasy to exodus. With divine love, there is always more. God calls us to leave behind what we know, to allow him to draw us evermore nearly and dearly to his endlessly unfolding mystery of charity. (cf. DCE, 6)
Perhaps for all these reasons, the Church chooses to see herself as a pilgrim Church. Throughout Salvation history we have been a pilgrim people both in the historical and spiritual sense. We would not have learned the lessons of Hebrews “For here we have no lasting city, but we seek the one that is to come” (Heb 13:14) were it not for the historical manner that God has revealed and reinforced this truth through the endless patterns of migration that made the Church, extended the Church, and continues to enliven the Church today. While the stresses and strains of global migration challenge the social fabric, we should not lose sight of God’s mysterious designs. He still has more to teach us.
Chapter six of the Gospel according to John, Jesus gave a profound lesson on the Eucharist to his disciples. In the wonderful Eucharistic discourse, Jesus spoke of himself as “manna from heaven” referring to the manna God gave to the chosen people as they migrated through the desert: “I am the living bread that came down from heaven; whoever eats this bread will live forever; and the bread that I will give is my flesh for the life of the world.” (Jn 6:51) Jesus is the living bread of heaven for the Exodus journey to heaven. In the Holy Eucharist, he gives us a taste of heaven now and sustains his fellow pilgrims as we journey to the Father’s house. This heavenly journey is winding its way through the messy and confusing realities of migration today. If we close our eyes, we will miss the epiphanies the Lord intends to show us.
The migrants and refugees in our midst today remind us that the Salvation story continues here and now. Amazingly, God still includes us in his saving story. May we listen more carefully and be attentive to the larger Exodus journey through which God’s wisdom shepherds us home to himself. The voice of Jesus echoes through the centuries, “Come, you who are blessed by my Father. Inherit the kingdom prepared for you from the foundation of the world. … I was a stranger and you welcomed me.” (Mt 25:34-35)
Sería difícil relatar la historia de la salvación sin mencionar la migración. Adán y Eva dejaron el Jardín del Edén después de su pecado original. Abrahán fue llamado por Dios para dejar la tierra de sus antepasados y viajar a la tierra que Dios le había prometido. Jacob y toda su familia emigraron a Egipto debido a la hambruna. Moisés condujo al pueblo multitudinario de Israel desde Egipto de regreso a la tierra prometida a los patriacas, Abrahán, Isaac y Jacob. El Pueblo de Israel fue llevado al exilio debido a sus pecados. Dios los trajo de vuelta a Jerusalén debido a su misericordia. El profeta Elías huyó a una montaña escapando de aquellos que buscaban matarlo. José y María viajaron de Nazaret a Belén debido a un decreto romano. Con su hijo recién nacido se huyeron a Egipto durante la noche para escapar de la ira celosa de Herodes. Aunque muchos pueblos y aldeas le rogaron a Jesús que permaneciera con ellos, el Señor pasaría su ministerio como predicador itinerante yendo de un lugar a otro hasta que su cuerpo crucificado fuera puesto en una tumba que no era la suya.
Durante cada temporada de Pascua, escuchamos los Hechos de los Apóstoles, comenzando inmediatamente con el Domingo de Pascua y continuando hasta la fiesta de Pentecostés. Preste mucha atención a la narrativa que se desarrolla de la Iglesia primitiva. La historia contada por el autor de El Libro de los Hechos, San Lucas, es una historia de migración. El martirio de Santiago y Esteban dispersó a los primeros seguidores de Jesús por todo el Imperio Romano y más allá. Los viajes de San Pablo siguieron a la diáspora judía ya dispersa por el mar Mediterráneo.
Estos no son detalles insignificantes. Nos dicen algo importante acerca de Dios que siempre nos está llamando a tomar la cruz y seguir a Jesús en el Éxodo del pecado a la gracia. Esta historia nos dice mucho sobre nosotros mismos, no solo en un sentido espiritual sino también histórico. Nuestra identidad como pueblo peregrino se aprendió a través de la experiencia vivida de la migración. Dios todavía elige revelar su salvación a través de la migración.
El Papa Benedicto XVI en su hermosa encíclica, Deus Caritas Est (Dios es Amor), habló de un Dios inquieto que guía a su amada esposa, la Iglesia, del éxtasis al éxodo. Con el amor divino, siempre hay más. Dios nos llama a dejar atrás lo que sabemos, a permitir que nos atraiga cada vez más cerca a su misterio de caridad que se desarrolla sin cesar. (cf. DCE, 6)
Tal vez por todas estas razones, la Iglesia elige verse a sí misma como una Iglesia peregrina. A lo largo de la historia de la salvación hemos sido un pueblo peregrino tanto en el sentido histórico como espiritual. No habríamos aprendido las lecciones de Carta a los Hebreos, "√Sabiendo que no tenemos aquí una patria permanente, sino que andamos en busca de la futura." (Heb 13:14) si no fuera por la manera histórica en que Dios ha revelado y reforzado esta verdad a través de los interminables patrones de migración que hicieron a la Iglesia, extendieron la Iglesia, y continúan renovando a la Iglesia hoy. Mientras que las tensiones y presiones de la migración global desafían el tejido social, no debemos perder de vista los misteriosos designios de Dios. Todavía tiene más que enseñarnos.
En el capítulo seis del evangelio según Juan, Jesús dio una profunda lección sobre la Eucaristía a sus discípulos. En el maravilloso discurso eucarístico, Jesús habló de sí mismo como "maná del cielo", refiriéndose al maná que Dios dio al pueblo elegido mientras emigraban por el desierto: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo". (Jn. 6.51) Jesús es el pan vivo del cielo para el viaje del Éxodo al cielo. En la Sagrada Eucaristía, nos da un sabor del cielo ahora y sostiene a sus compañeros peregrinos mientras viajamos a la casa del Padre. Este viaje celestial se está abriendo camino a través de las realidades desordenadas y confusas de la migración actual. Si cerramos los ojos, nos perderemos las epifanías que el Señor quiere mostrarnos.
Los migrantes y refugiados en medio de nosotros hoy nos recuerdan que la historia de la Salvación continúa aquí y ahora. Sorprendentemente, Dios todavía nos incluye en su historia salvadora. Que escuchemos con más atención y estemos atentos al viaje más grande del Éxodo a través del cual la sabiduría de Dios nos guía a la casa paterna. La voz de Jesús resuena a través de los siglos: “Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo., ... Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa.". (Mt 25:34-35)